Es increíble como puede cambiar todo a un lado u otro de una frontera. Y la frontera Chile-Perú es muy contrastante. A un lado es todo ordenado, limpio, los autos son muy modernos y todo parece muy cuidado. En cambio al otro lado de la frontera, aparece Perú, con todo su folklore, colores, mercados, tránsito desordenado y autos viejos «típicos de frontera». Cuando crucé esa frontera por un rato sentí que entraba en una película.
Luego de andar una hora, llegamos a la ciudad de Tacna. Después de recorrer la ciudad y comer en un mercado, fuimos a conocer los Petroglifos de Miculla, y tal como llegamos, dimos la vuelta y nos regresamos sin verlos. Porque así como para las personas los años no vienen solos, para La Gorda los kilómetros tampoco. Y cuando llegamos al lugar, notamos que andaba mal, y recalentaba. Cuando bajamos a revisarla, vimos que perdía mucho aceite y por eso decidimos dar la vuelta y regresar rápidamente a buscar un mecánico.
El resto del tiempo en la ciudad lo pasamos intentando vender artesanías. Digo intentando porque en cada lugar que nos ubicábamos para vender, venía la policía y nos echaba. Y lo volvíamos a intentar y nos volvían a echar.
Finalmente quisimos volver a ver los Petroglifos de Miculla, pero me quedé medio asustada pensando que la kombi seguía andando mal. Así que a mitad de camino decidimos cambiar de rumbo y salir a la ruta para probarla bien. Y seguimos viaje por 180 kilómetros hasta llegar a la pequeña ciudad de Moquegua. Y me quedé más tranquila porque sentí que andaba bien.