Día 2
(Por Pablo)
En el camino las imágenes se van sucediendo una detrás otra como un gran film fantástico. Entre este random cotidiano de figuras, nosotros, ella y yo, somos los protagonistas, supongo.
Y llegamos de noche a Sta. Teresa.
Miro al cielo y noto que las estrellas están bien ocultas. El pueblo son 4 largas calles de tierra con hospedajes, pequeños mercados y restaurantes.
Nos bajamos de la combi y una jauría de tías se pelean por llevarnos a dormir a su casa por 10 soles. Elegimos a una con anteojos.
Una cama– el primero de mis pensamientos fugaces compartido con Tati.
Al día siguiente, el objetivo es la hidroeléctrica. Los micros salen de Santa Teresa a las 6 AM.
Tomamos un desayuno rápido y nos vamos. El día esta nublado y húmedo. Por donde mires, estas en la selva.
El viaje a la hidroeléctrica es tranquilo. Siempre somos 22 pasajeros y 2 más en el portaequipajes. La cumbia tecnotropical es un disco rayado en nuestras cabezas. Atravesamos un puente desarmado por los años, y no hago otra cosa que mirar al vació. Los recuerdos viajan, y se complementan con nuevas imágenes, breves y sencillas. Como ver a un niño de 3 años llevar de una soga a un burro que lo triplica 10 veces en altura, o a una mamita arrojándole piedras a un par de toros enfurecidos, o a un hombre con cicatrices en el rostro tomando vino bajo un árbol calcinado, o animales muertos al costado del camino, y remolinos de vientos junto a los escombros de un derrumbe. O el río que pasa por debajo, que choca incesantemente contra las rocas, con la furia de la caída. El río esta ahí, como los recuerdos y las imágenes.
Antes de cruzar un nuevo puente, debemos registrarnos para ingresar a propiedad privada. Un hombre gordo y pequeño, nos habla en ingles.
Señor, ahora por favor en castellano, somos Argentinos. –digo en tono molesto.
Ok, my friend. – repite el idiota.
Dejamos nuestros datos. Y nos vamos tranquilos, si nos pasa algo, espero que ese libro llegue a buenas manos.
De nuevo en el carro nos trasladamos a 10 minutos del registro, en donde ya no hay camino, si no unas vías férreas que llevan a una pequeña estación rodeada por comercios ambulantes.
Entre la muchedumbre vemos a un colombiano, recuerdo su rostro entre los que peleaban el precio al peruano de la combi para ir hasta Santa María. Nos damos la mano y nos largamos a caminar por los rieles hacia Aguas Calientes.
El cielo sigue nublado, y una fina lluvia comienza a molestar. La selva esta tranquila, pero uno con tanto peso en la espalda no sabe para donde mirar, si al frente o al piso. Mientras Tati elige un buen sitio donde orinar, una mariposa gigante se detiene sobre una durmiente, sus alas parecen la mirada de un pájaro, con sus ojos que apuntan hacia mí, como una mirada sospechosa.
Levanto la cabeza, y el colombiano sigue adelante, tati detrás mió y yo en el medio. No hablamos durante una hora y media, solo estamos atentos a no confundir el sonido del agua con la locomotora.
El film se hace cada vez más extenso. Terminando una curva, vemos a un padre y a un hijo podando unas palmeras. Nos saludan con intriga y seguimos caminando. De todas las maneras somos 3 extranjeros.
Finalmente llegamos. Aguas Calientes esta debajo de Machu Picchu y es un lugar enfermizamente turístico.
Vayamos a buscar un lugar donde comer y dormir- digo cansado. Encontramos un lugar barato, las habitaciones están bien, la vista desde la ventana también es buena.
Preguntamos a una tía en donde esta el mercado. Ahí sito no ma! dice la Tía de pocos dientes.
Unas escaleras nos llevan a un gran predio. Una pequeña manzana de tiendas que venden almuerzos. Una señora gorda nos invita, su tienda se llama el restaurante de Chelita.
Unas banquetas y una mesada de hospital es todo el lugar. El menú es bueno. A mi derecha una taza de café bien negro echa vapor, levanto un poco la cabeza y veo a un hombre de rasgos que me llaman la atención, creo estar con Diego Maradona.
Supongamos que este tipo se llama Maradona. Y esta ahí, comiendo su plato, y tomando su café y se ríe de una error de ortografía que tuvo Chela en su pizarra. Gasiosas en vez de gaseosas. Y Maradona se ríe, se ríe a carcajadas. Y Chelita también.
Ahora la voy a llamar Mamaceta en vez de Mamasita- dice Maradona en tono de burla.
Nuestros platos salen en cuestión de minutos. Empezamos a comer y Maradona sigue hablando con la tía con un poco de nostalgia en sus palabras.
Nuestros platos salen en cuestión de minutos. Empezamos a comer y Maradona sigue hablando con la tía con un poco de nostalgia en sus palabras.
–Ramón, y tus hijos, ¿A dónde se han ido Chelita? A donde se fueron todos?- – Se fueron a Cusco y a Lima. Ya no queda nadie. Todos trabajan, estudian en Cusco. – Pasaron muchos años mamaceta. Se perdió todo. La gente de antes ya no esta. ¿A dónde se fueron todos?
– Una vez que vengo a ver a los amigos, ya no están. Maradona me cuenta.
– ¿Qué hace usted? Pregunto.
– Soy músico de Cusco. – ¿Vino con la familia? – Traje a los hijos, para que conozcan…pero…ya no hay nada para conocer acá. Siempre hago esto en tres días. El primer día llego acá y nos hospedamos. Al segundo día nos subimos al Puputi y de ahí tenemos una panoramica perfecta de Machu Picchu y al tercer día y último pagamos la entrada a las ruinas.
En la tienda de al lado, una radio reproduce una canción folklórica. El sonido es bastante malo, pero aún así se comprende.
–Mamaseta, escuche, escuche. Ese tema era de mi padre, escucheló.
Maradona se despide de Chela y nos desea buena suerte. De fondo continúa la canción bajo la bulla del mercado, y una psicosis de paro brutal comienza a tomar el ambiente.
Esa misma tarde, subimos a Machu Picchu.
Continuara…