(Por Pablo)
Que Pin que pan, llegamos a Ollantaytambo. La cosa viene bien. Ollantaytambo es un lindo pueblo, con sus callecitas de piedra, sus ruinas vistas desde la plaza. Todo viene bien.Estacionamos la van, en la plaza de Armas.Y nos encontramos con dos parejas de Italianos que habíamos conocido en Cusco. ¿Para donde van?- Pregunto. Para Aguas Calientes, responde Marco. En un castellano argentinizado. Las palabras salen de su barba bien tupida. Volvemos a la van, y armamos la mochila en un par de segundos. En un cerrar y abrir de ojos estamos en el micro, viajando parados y entrando en el corazón de la selva. Tati esta algo mareada y se acuesta en el piso. Yo no se muy bien que hacer si quedarme de pie o sentarme en el piso. Opto por lo segundo, el viaje es largo. Seguimos en plena selva, en un camino demasiado estrecho para lo que es el Bus. Que por el momento atraviesa rocas negras y siempre simula volcarse. Mientras el viaje progresa por la cuerda floja, una fina lluvia empieza a caer. La cara de algunos turistas me sorprende. Se los ve muy nerviosos. En las primeras butacas veo el terror en la cara de una pareja de Checos.
En el camino hacia Santa María, hace dos semanas atrás mas o menos, hubo un derrumbe. Muchas toneladas de granito acabo con un puente que comunicaba los dos caminos. Y todos los pasajeros sabemos que en un momento hay que hacer un transbordo. Eso significa caminar por la selva arrasada por un tractor inmenso durante media hora.- Echados a la suerte de un cordero. Se me cruza por la cabeza. Hasta ahí supongo que vamos bien. El micro frena, da media vuelta. Tati no entiende mucho cree que el micro va a seguir sobre el derrumbe. Nos bajamos.
Miramos a los italianos. No sabemos bien para donde hay que ir. Las caras no ayudan mucho y siento que todas las miradas de los criminales estaban clavadas en nuestras espaldas de turistas. Escucho a unos metros a un hombre de la selva. Su quechua es intenso, y su aspecto de guerrero nos dice que algo va a pasar. Siento que se pelea con otros dos. Esta en cueros y con una bolsa en la mano. Sigo mirando para ver que pasa, mi sentido de morbo esta atento a que pase algo, pero en fin, no pasa nada. Y todos seguimos subiendo como mulas para tomar el bus que nos espera del otro lado. A pocos metros se oye el motor de un micro que nos espera para seguir el recorrido y detrás un taxi que vende platos de comida. Arroz y pollo a 3 soles. Una situación provechosa. Le doy mi mochila a Robert, un peruano que reconoce mi acento y me dice: Peru: 4 Argentina: 0 boludo. (Fue al revés). Las butacas llevan la misma numeración. Por ende, nos toca viajar parados de nuevo y el micro parece mucho más inseguro que el anterior. Finalmente, empezamos a bajar, seguimos atravesando agua y roca, y la lluvia cada vez se hace más intensa. Árboles de palta, de café y de bananas, yacen como petrificados en la selva baja. Y en la subida, que se nos aparece por delante de improviso, el motor comienza a perder fuerza. Carcacha purin allamanta-(el carro anda lento en Quechua) Dice una cholita comiendo un tamal caliente. Escupiendo pedazos de maiz en la cabeza de un niño. Finalmente nos quedamos en una curva. El motor esta pinchado. Bajamos. Los ciclistas pasan sin pena ni gloria por el costado del bus. Un gringo se rié. Creo que no tiene idea de lo que esta pasando. Para nuestra sorpresa el chofer sale corriendo. Es como un piloto arrojándose en paracaídas de su avión lleno de pasajeros. Tati me abraza. Tiene hambre y yo también. Todos los peruanos del micro cargan con su bolsa de pan. Los veo a coro masticando. Pasa media hora y el chofer regresa entre la humedad con buenas nuevas y un soldador.
Arregla el motor y seguimos camino hasta Santa Maria. Objetivo A del plan Machu Picchu ahorro. Santa María, es un pueblo en el medio de la selva que no tiene más de 4 manzanas. Restaurantes y hospedajes de 5 soles. Por suerte un micro nos esperaba, una suerte de pequeña combi con capacidad para 22 personas. ¿No sera mucho? Mientras suena la cumbia de Iquitos, “Cumbia Tecnotropical”, el jefe de la combi nos aumenta el precio del pasaje a 12 soles cuando lo que sale realmente es 6. Estamos acostumbrados y nos dedicamos a peleárselo. 8 es la ultima oferta. (Ahora que lo pienso deberiamos tener una foto de aquella rata). Subimos. Creo que mil sardinas entraban más comodos en una lata de paté. Y un extraño sonido de la amortiguación se hizo presente. Hasta que CLACKKKK! Y quedamos barados de nuevo en una comunidad ubicada en un rango de 200 metros. El muelle de la camioneta esta destrozado. Las sospechas se empezaron a notar en nuestras miradas. El peruano con la camiseta de su selección y su tajo en el ojo, no era de fiar, para nada. Supongo que los negocios de la comunidad eran todos de sus familiares y todos se estaban haciendo el día con nosotros. Felipe, un chileno, una sardina más del montón, me dice. Nosotros bajamos por el camino de la muerte en Bolivia con un conductor copeteado Asi que esto no es nada. Asi que tranquilos nosotros tenemos que estar tranquilos. Estamos en buenas manos. Nos sentamos y esperamos una hora más en el medio de la nada. Para que se den cuenta estaban viendo un partido de la copa América de 10 años atrás, mientras que en ese momento jugaban Argentina – Peru. Los dejo imaginando. Una combi se acerca, parece mucho más segura. Somos victimas de un nuevo transbordo. La noche en la selva, es la oscuridad absoluta. Las luces de la camioneta van descubriendo a las almas trabajadoras que vuelven a sus hogares a pie. Avanzando un par de metros más se comienzan a escuchar pasos en el techo. Dos personas se treparon por la escalera trasera de la camioneta en movimiento. Pancho el conductor no frena, sin duda los conoce. Al final de la curva, dos camionetas frenan de golpe. Serenazgos bajan y pensamos lo peor. Suben a la camioneta, se meten adentro con linternas. Buscan sacos de Coca ilegales. Por suerte no encuentran nada. Nos dejan tranquilos. Por suerte el viaje hasta Santa Teresa fluye con total normalidad. Continuara….