Varanasi es una de las ciudades sagradas para el hinduismo. Su historia se remonta hasta antes de los tiempos de Gautama Sidartha, más conocido como Buda, ya que muy cerca de la ciudad dio su primer discurso luego de alcanzar el estado de iluminación. Imaginen que se dice que es una de las más antiguas ciudades habitadas del mundo. Aunque fue destruida y reconstruida varias veces y lo que se ve observa hoy de la ciudad, no tiene más que algunos siglos.
Pero lo que la hace más sagrada aún es que se encuentra a orillas del Río Ganges, río que todo hindú debe visitar una vez en la vida y además es aquí el lugar óptimo para al morir alcanzar el moksha, liberación del alma y fin del ciclo de reencarnaciones.
No faltan razones para que esta ciudad se haya convertido en uno de los puntos más turísticos del enorme Subcontinente indio. Y como en todo lugar turístico, esto acarrea consecuencias.
Las consecuencia del turismo en Varanasi, además de que al caminar por un lugar tan espiritual como los ghat al costado del Río Ganges, uno debe responder cada dos pasos que no necesita un bote tras los insistentes gritos de los balseros, es que la religión y la muerte se han convertido en un negocio para muchos, obviamente no para todos.
Como mencioné, Varanasi es el lugar donde mucha gente espera morir para ser cremados, sus restos lanzados al sagrado Río Ganges, y así alcanzar el moksha. Manikarnika Ghat es el lugar donde eso sucede, a plena luz del día y al alcance de cualquiera.
El día que llegamos a Varanasi, tomamos un rickshaw compartido que nos dejó cruzando el Río Ganges por un enorme puente de hierro. Desde allí debíamos caminar cinco kilómetros bajo el sol abrasador de las dos de la tarde para llegar a nuestro hostel. Para eso decidimos caminar por la costa del río, para comenzar a sentir la ciudad. Todavía no sabíamos demasiado sobre el lugar. Luego de caminar aproximadamente una hora por la costa del río con sus escalinatas que subían y bajaban, nuestro camino nos desvió del río hacia un callejón donde había mucha madera apilada. En seguida dedujimos que era para las piras de cremación. Así sin más, habíamos llegado a Manikarnika Ghat, aunque en ese momento no sabíamos su nombre. En seguida se nos comenzó a acercar gente invitándonos a ver el “show de la muerte”, como si nos estuvieran invitando a entrar a su tienda, o a un restaurante. Para “venderlo” mejor un hombre nos dijo que podíamos ver un cuerpo quemándose ahora mismo.
No estábamos preparados para eso aún. Veníamos de un viaje en tren de quince horas, caminando con nuestras mochilas (solo trajimos las de mano) bajo el tremendo calor. Estábamos cansados, y a esa altura solo queríamos llegar al hostel a bañarnos. No estábamos con la cabeza y el espíritu preparados para chocarnos con esa realidad tan pronto.
Al día siguiente nuevamente caminando por los ghat, vimos a un grupo de personas llevando una especie de camilla al río con un cuerpo inerte y cubierto por flores. En este lugar, Harishchandra Ghat, nadie se nos acercó, y solos nos metimos en un recoveco para observar esta costumbre tan diferente a la nuestra, sin molestar. Contemplamos la situación a lo lejos, consternados por el dolor de las familias. Vimos como apoyaban el cuerpo en la orilla del río, lo mojaban y colocaban agua en su frente. Una mujer quebrada por el dolor, cantando mantras ahogados en llanto, fue arrastrada hacia la orilla para mojar la cabeza de su familiar. Al lado, una pira ya se estaba apagando, y otra estaba preparada esperando su momento. Vimos un cuerpo envuelto en satén blanco, que colocaron sobre la pira. Luego acomodaron encima más maderas con mucho cuidado. Un brahmán y algunos hombres, que suponemos eran familiares del fallecido, comenzaron a dar vueltas alrededor de la pira con un puñado de paja ardiendo en la mano, con el que la encendió.
Luego todos se alejaron y la pira ardió poco a poco sola en medio de la arena. El montículo de fuego con los pies a la vista, estaba solo. De repente si uno miraba la escena no se entendía que ahí estaban los restos de alguna persona ardiendo.
Con millones de interrogantes en la cabeza seguimos caminando. Ya era demasiado por un día.
Al día siguiente nuestros pasos nos llevaron a Manikarnika Ghat nuevamente. Esta vez esquivamos el callejón y nos acercamos por un costado. Allí era muy distinto. Habían muchas más cremaciones, y estaba todo más preparado. Había como una especie de compartimentos sobre una estructura de hormigón y parecía todo más organizado, más masivo. Al rato de estar observando se nos acerca un hombre haciéndose el simpático a contarnos cosas sobre las cremaciones. Primero lo ignoramos, luego nos dijo que no era guía, que trabajaba allí y que hay muchas cosas que necesitábamos saber. Le dijimos que queríamos estar tranquilos, pero no hubo caso, insistía e insistía y no dejaba de hablar. Al final tuvimos que irnos con él persiguiéndonos pidiendo dinero, por nada, por la muerte de otro, como si él tuviera un derecho sobre eso.
Nos acomodamos en otro lugar y sucedió lo mismo reiteradas veces hasta que decidimos retirarnos. Parecían moscas. O cazadores esperando su presa. Se acercan a contarte cosas como si fuese algo casual, de buena onda. Transforman algo espiritual, sensible, en un negocio sin códigos.
Al atardecer caminando por los ghat vimos a un Naga, que sería el tipo de sadhu más comprometido con su causa. Los sadhus son persona de religión hindú que deciden dejar todo vínculo con lo material y terrenal para buscar los verdaderos valores de la vida y así alcanzar la iluminación. Los Naga andan desnudos con su cuerpo cubierto con cenizas y un tridente.
Este Naga estaba posando frente a las cámaras profesionales de dos turistas. Nosotros aprovechamos la ocasión, ya que no nos es fácil sacar fotos a personas así porque nos inspiran demasiado respeto.
Luego de sacarles las fotos tímidamente detrás de los otros señores, les dijimos gracias muy amablemente, y cuando nos estábamos yendo, él y su amigo sadhu, que parecía su mánager, nos exigieron que les diéramos una donación. Les dimos unas monedas, y exigieron más. Obviamente no accedimos a darles más.
Sinceramente con esa actitud dejaron de inspirarnos tanto respeto. ¿No se supone que son personas desprendidas de lo material y lo mundano, ascetas en un camino espiritual? Preferiría que no se dejaran sacar fotos, perdiendo un lindo retrato, a que conviertan la religión en un negocio.
Este no fue el único caso, luego que cruzamos a otros sadhus que nos saludaban diciendo “photo, money”. Nuestra percepción ya había cambiado.
De todos modos sabemos que, como comencé este relato, es una consecuencia del turismo. Queremos imaginar que debe haber millones de sadhus y nagas en su buen camino de ascetismo, vagando por las montañas, buscando la iluminación real, no la de los flashes a cambio de dinero.
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2 comentarios
Hola!!! Estuve en Varanasi y me pasó lo mismo.. Me decepcionó mucho y no había forma de que paren de molestar. Pensé mucho al respecto y creo que hay distintos tipos de turismo y turistas…y están los que contaminan. Creo que la gente no tiene la culpa de nada, el occidental es el responsable ya que vi gente como loca sacandoles fotos como si fueran objetos. Yo no fui de esas, me daba demasiada verguenza tratar a una persona de esa forma por que además me paso de estar en ese lugar en Indonesia!!!
Esa gente con dinero, que lo único que quiere es la mejor foto para el face..es la que daña la cultura local ..! Ojalá la gente se de cuenta del daño que hace!
Sí Lara, yo comencé el post diciendo que es una consecuencia del turismo, y no solo del occidental eh… Pero bueno es una lástima. Yo no creo que sacar fotos sea el problema si uno lo hace con respeto y obviamente no lo hace dando dinero. Se puede agradecer de muchas otras formas. Yo por ejemplo llevo una cámara instántanea y además de sacar fotos también les doy fotos (obvio que no a todo el mundo porque debería llevar una mochilera llena de papeles… )
Gracias por el comentario. Saludos