Sí señores… lisa y llanamente: VIAJAR TAMBIÉN ES UNA MIERDA. Basta de vender espejitos de colores, del estereotipo del viajero perfecto que pasa de vacaciones todos los días del año en una playa paradisíaca. O de que viajar va a solucionar todos tus problemas y vas a alcanzar la felicidad absoluta.
Si bien mis viajes son algo totalmente lejano a eso porque no disfruto viajar de esa manera, o pasar de playa en playa… hay días que son realmente una mierda y me pregunto «¿qué estoy haciendo acá?». La situación en particular que me llevó a decir que viajar es una mierda fue el peor día en mi viaje por Asia.
Resulta que estábamos regresando a India desde Nepal. Para ese entonces ya dominábamos el tema «trenes indios» a la perfección, y nos había ido bastante bien a diferencia de lo que imaginábamos. Teníamos que tomar el tren de Gorakhpur a Delhi. Lo que no nos dimos cuenta era que estábamos en un viernes de vacaciones de India y no conseguíamos pasajes de ningún tipo excepto de clase general. La gente nos decía que iba a ser imposible subir al tren por la cantidad de gente que había, pero que subamos en cualquier parte del tren y pidamos allí al controlador que nos suba de clase. Cuando nuestro tren estaba arribando al anden la gente comenzó a abordarlo desesperadamente antes de que frene, y nosotros subimos donde pudimos. Osea, en la clase con aire acondicionado y camarotes, allí todo era paz y tranquilidad.
Hablamos con el controlador que no sabía una palabra de inglés y allí todo comenzó a complicarse, ya que además habían varias personas en nuestra situación. Para resumirla, el controlador nos mandó a esperar en el fuelle del tren. Esperamos allí un par de horas y cuando yo estaba al borde del colapso, fui a preguntar a una familia de un camarote si podíamos acostarnos en el piso. Nos dijeron que sí y allí nos acostamos a tratar de descansar sobre nuestro poncho de lluvia. Como vi donde guardaban las sábanas del tren dormimos en el piso, pero tapaditos, bastante bien para lo creíamos que sería nuestro viaje en el fuelle del tren. Pero cuando llevábamos alrededor de dos horas durmiendo plácidamente, otro controlador vino a despertarnos y nos dijo que lo acompañáramos. Creímos que le habíamos dado lástima en el piso y nos acomodaría en un lugar para nosotros. En la oscuridad tratando de recoger todas las cosas me di un tremendo golpe en la frente. Y cuando lo seguimos, nos hizo pasar de vagón y cerró una especie de cortina de metal con llave.
Otra vez estábamos en el fuelle del tren. Me caían lágrimas de impotencia y bronca, con la situación y conmigo misma. Era un viaje de 16 horas, que tuvimos que hacerlo sentados entre vagón y vagón al lado del baño del tren. Pero no cualquier baño de un tren, sino el baño de un tren indio llenísimo de gente que entraba y salía y pisaba el piso mojado con orina y vaya uno a saber qué más y luego pisaban el suelo donde nosotros estábamos sentados. Mejor no les describo el olor. Para colmo ese día yo estaba indispuesta, pero no entré al baño ni una vez del asco que me daba.
La gota que rebalsó el vaso, o mejor dicho el inodoro, fue que los trenes de India descargan hacia las vías, y Javico recibió una salpicada de mierda desde las vías del tren por el hueco de los vagones. De verdad que fue una experiencia de mierda literalmente.
Pero tuve muchos otros malos momentos viajando, como cuando tuve que dormir en un telo mugriente de sábanas floreadas en una isla en Vietnam, o cuando me robaron mis pertenencias en Lima, o cuando mi mejor amiga con la que inicié mi viaje en kombi se regresó a casa porque se enfermó la madre y me quedé sola sin saber cómo continuaría mi viaje, y un montón más de situaciones poco felices. Y que son parte de viajar, ya que de todo eso se aprende y uno se hace más fuerte.
Y para que vean que no soy la única que le suceden este tipo de cosas viajando, les comparto algunas experiencias de mierda de otro amigos viajeros:
Laura Lazzarino de Los Viajes de Nena:
Llevábamos casi tres meses de viaje por África, y yo estaba convencida de que Etiopía iba a ser una suerte de bisagra. Atrás iban a quedar Egipto y Sudán con sus mezquitas, sus camellos y sus Salam Aleikum de cada mañana. Nada me dio indicios de que ese iba a ser el país más difícil que me tocaría experimentar en mi vida viajera.
Lo primero fue la comida. Hasta ese entonces, yo me consideraba una viajera flexible: siempre me adapto a todo, y de cada país me traigo un sabor que quiero repetir en mi casa o una costumbre culinaria para contar con añoranza. Etiopía, sin embargo, me puso entre la espada y la pared con una dualidad de la que no había mucha escapatoria: agrio y/o picante. Con todos los tonos y los matices, ese era el rango de sabores que se desplegaba en la carta. Los platos venían casi siempre servidos sobre injera, un panqueque gigante que se hace a base de tef, cereal autóctono, fermentado hasta el tope. Se come con la mano, y no hay modo de que tu nariz no te mande una chorrera de advertencias como carteles luminosos a medida que te lo llevas a la boca. “Esto está rancio”, no parás de pensar, y te lo comés lo mismo.
Lo segundo fue algo todavía más delicado de poner en palabras, porque tiene que ver con un aspecto cultural que resulta tan chocante como complejo: en Etiopía, toda persona es un potencial mendigo. No quiero decir que todos pueden llegar a convertirse en desamparados en algún momento de la vida. Quiero decir que casi todos, sin importar circunstancia, van a ver en el viajero la posibilidad de un dinero extra y van a extender la mano ─cuando menos─ al verte pasar. O a perseguirte cuadras al grito de “you-you-faranji-money-money”. Y son muchos. Si intentás ayudar a uno aparecen más. Se multiplican. Y de repente te encontrás caminando con los ocho o diez kilos de mochila sobre tu espalda, veinte niños y no tanto tironeándote de cada correa o cierre o lo que sea que encuentren sin parar de gritar, mientras un centenar de pensamientos te ametralla la cabeza. Y tenés hambre, porque estás cansada de comer panqueque rancio con salsa picante y tu panza lo sabe. Empezás a fastidiarte porque todos los días lo mismo y no sabés qué hacer para frenar la situación, y de repente te das cuenta de que además de todo eso, hace días que no vas a un baño sin contener la respiración. Los baños en Etiopía son lo más escatológicamente pornográficos que vi en mi vida.
Puse mis esfuerzos en desviar la atención y concentrarme en todo eso maravilloso que tiene Etiopía, porque lo asombroso está a la vuelta de la esquina. En sus ceremonias del café, sus iglesias cavadas en piedra, o en sus hombres que alimentan cada noche a las hienas salvajes. En sus tribus que parecen de otro mundo aunque son de este, en su identidad presente en todo. Esos tres meses viajando a dedo fueron los más duros pero a la vez los de mayor crecimiento en todo sentido. Viajar, después de todo, se trata (o debería tratarse) de eso.
Pueden leer todos los relatos de Laura de Etiopía aquí, uno más intenso e interesante que otro.
Guada de Hasta Pronto Catalina: Lo externo y lo mental
Tuve muchos días malos en viaje en general porque pasaron cosas que me pusieron dentro de un estado mental negativo del que me costó salir. Uno de ellos fue cuando me robaron en un bus en Vietnam. Llovía muchísimo pero de todas formas decidí no tomar el bus turístico porque era caro. Me subí al público entre gente que me obligaba a entrar y me sacaba el bolso de la mano para ponerlo en el compartimento debajo. Gran error. Su insistencia para que me separara de mi gigante mochila no era realmente porque iba a molestar a mi compañera de asiento sino porque planeaban robarme de una forma muy común en todo el Sudeste Asiático. En el compartimento de los bolsos, por más pequeño que parezca en los minibuses, a veces se esconde alguien que se dedica a abrir cada equipaje, sacar lo que le guste y volver a meter el resto de las cosas de manera tal que no parezca semi vacío. Ese día chocamos contra una moto y dimos tres vueltas enteras sobre el pavimento mojado. Estaba aliviada de que estábamos intactos y preocupada porque mi instinto me decía que algo más pasaría. Me obligaron a bajar y subir a un nuevo bus a los empujones. Pasé media hora discutiendo con la señora que cobra los boletos porque me quería cobrar de nuevo pero me dejó en paz en cuanto empecé a gritar en español porque ella insistía en gritarme en vietnamita. Me dejaron tirada en un sitio que no era y caminé perdida durante dos horas. Finalmente abrí mi mochila para buscar un cuaderno y me di cuenta que mis zapatillas de diez dólares no estaban, tampoco mi maquinita para depilarme las piernas, ni mi disco rígido, ni mi ropa preferida. Había caído en una de las trampas más usadas y no me había dado cuenta porque venía malcriada de China.
Me enojé conmigo misma y ese malhumor lo cargué durante dos días hasta que me encontré con mi amiga filipina que marcó un antes y un después en mi vida primero porque me enseñó a andar en motos con cambios y segundo porque me dijo que si Vietnam me hacía miserable que me fuera y sino que cambiara mi humor porque nos estaba amargando el día a las dos. A partir de ese momento me di cuenta que estaba en mi poder cambiar de humor y cómo me «tomaba» el día. Mi día es como yo hago que sea pase lo que pase, me dije. Aún aplico esa lección cada vez que algo me saca de eje.
Lucía y Ruben de Algo que Recordar: Por destacar nuestro mayor día de mierda:
Todo empezó cuando llegamos a Taman Negara (Malasia), a la jungla más antigua del planeta. Estábamos desencantados después de los últimos treckings con guía. Grupos demasiado grandes, parejas que se pelean, personas que van en zapatos de ciudad y no quieren que se les llenen de barro… No queríamos volver a pagar para terminar con esa sensación amarga que se había repetido ya en un par de ocasiones. Así que decidimos que iríamos solos.
Llegamos tarde. Amanecimos temprano y no compartimos con nadie nuestro «maravilloso» plan de adentrarnos solos en la selva. Delante de un mapa elegimos, entre las diferentes opciones, la ruta más complicada y echamos a andar.
Al principio éramos capaces de diferenciar el camino, que poco a poco se fue complicando más y más. Hasta que al final no había camino. Ni señales, ni nada. Empezó a llover, como llueve en la selva. A nuestro alrededor un sin fin de riachuelos hacían imposible dilucidar cual era la ruta que debíamos seguir. Las sanguijuelas empezaron a servirse el almuerzo libremente. Andábamos y andábamos mientras las horas pasaban y la luz se hacía cada vez más tenue. De repente, uno de los dos dijo en alto lo que hacía rato que era evidente: vamos a tener que dormir aquí.
Nos subimos a un árbol en el que pasar la noche y esperar a que volviera la luz. De madrugada echamos a andar hasta que conseguimos alcanzar el río. Cuando pasó una barca les hicimos señales y nos llevaron de vuelta al pueblo. Llenos de barro, empapados, hambrientos, ensangrentados por las sanguijuelas y con una lección aprendida: menuda manera más tonta de buscarnos un día de mierda.
Valentina de Un Poco de Sur
La gran mayoría de veces leemos sobre lo genial que es viajar y nos rodean frases super profundas para animarnos a cruzar el mundo. Soy blogger de viajes, soy la primera que ánimo a la gente a que rompa sus fronteras y se vaya de viaje, pero sin ser mentirosa. Viajar no es siempre una luna de miel, ni un camino de rosas, ni es siempre agradable. Como todo, tiene sus momentos.
Uno de los peores momentos que he pasado hasta ahora fue en el cruce de frontera de Iran a Pakistán. Es un cruce difícil que tuvimos que hacer por logística pero que pone a prueba a cualquiera con nervios de acero, si bien no es una experiencia que calificaría como «peligrosa» (atentos, mi concepto de peligro es más bien distinto) si que es agotadora y complicada.
Te cuentan mil cosas sobre un país que has decidido ir a visitar, especialmente sobre ese cruce de frontera y piensas ya de por sí que te estás metiendo donde no te toca. A eso le sumas tres días de eternos viajes en la parte trasera de una pickup cambiando constantemente de coche, con el polvo de la carretera y a 35 grados. Caminos de más de 13 horas en los que no hay una sola decisión que tomes por ti mismo, dependes de alguien durante más de 72 horas en un país que no conoces, en un idioma que no hablas y en un lugar que el mundo te han vendido como el peor del planeta… Sin duda son los ingredientes perfectos para un cóctel de preguntas y emociones «¿Qué hago aquí, porque no estoy en mi casa con un café mirando la lluvia desde la ventana?, estoy cansada, ¿cuando va a terminarse esto?, ¿qué vamos a comer? Mejor.. ¿Cuando vamos a comer?…» de esa experiencia escribí un post en medio de mi desesperación que pueden leer aquí.
Viajar no es siempre maravilloso, hasta la foto más épica de Instagram tiene sus imperfecciones (mosquitos, sanguijuelas, calor insoportable, hambre… váyase usted a saber) así que seamos inteligentes y no idealicemos algo que sin duda requiere un esfuerzo mental y físico digno de mencionar. Eso sí, viajar es una experiencia única en todos los sentidos, siempre y cuando no esperemos una película de Hollywood.
Atención, Pakistán es mi destino favorito de todo el mundo hasta el día de hoy, con momento de mierda incluido.
Lina y Andrés de Renunciamos y Viajamos: El obstáculo insalvable
Afortunado el viajero que se haya salvado de un mal momento en una frontera. Por lo menos eso podemos decir muchos colombianos que nos hemos atrevido a salir de nuestros linderos. Porque han sido varias fronteras las encargadas de suministrarnos altas dosis de momentos viajeros amargos. Pero un día en particular se lleva el premio mayor.
Estábamos cerca de cumplir dos años viajando en carro por la famosa ruta Panamericana que desemboca en Alaska al norte y en La Patagonia al sur del continente. Nuestra brújula apuntaba hacia el punto más arriba de América.
Cuando empezó el peor día de nuestra historia como viajeros partimos desde Monterrey rumbo a Estados Unidos. Ya habíamos recorrido México durante seis meses y se había llegado la hora de abandonar el país. Hacía sol y el GPS nos envió por la ruta más corta. Luego de dos horas en la ruta y de sellar la salida de México, fuimos a parar a un paso fronterizo por el que tan sólo circulaban un par de camiones. Con la medida de nervios necesaria, encaramos a los oficiales de migración norteamericanos.
Requisas, preguntas y luego pasar a una oficina. Luego de una nueva requisa y una espera de casi nueve horas, nos devolvieron los pasaportes con la visa CANCELADA: no podíamos entrar a Estados Unidos y tampoco podríamos intentarlo por otra frontera. No hubo súplicas ni llanto que valieran. Nos devolvieron por donde vinimos y nuestra meta de llegar hasta Alaska quedó en una catalepsia de la que aún no la queremos despertar. Por ahora simplemente no nos interesa.
Día triste, por supuesto. Fuimos víctimas de uno de los tantos motivos de infortunio posibles en un viaje. Sin embargo, nos sentimos afortunados de haber podido dar la vuelta y seguir viajando, libres. Hasta ahora no hemos sido víctimas de robo, ni de accidentes de tránsito, ni de violencia en ninguna de sus formas, ni de estafas. No hemos sufrido la muerte de un familiar mientras estamos lejos ni hemos hecho algo de lo cual arrepentirnos.
Pero los viajes son como la vida misma: se puede gozar por montones pero también hay momentos para sufrir, sanar y reinventarse. Y nosotros ya lo hicimos.
En este link puede leer: “Reflexiones de un obstáculo insalvable: No llegaremos a Alaska”.
Ariel y Celeste de Viajando Vivo:
Entramos a la India caminando. Cruzamos la frontera indio-nepalí a la mañana de un día tan caluroso que nos asábamos a pesar de andar de ojotas, remera y short.
El plan era llegar a la ciudad de Gorakhpur, la más próxima con una estación ferroviaria, para tomarnos el primer tren que salga a Amritsar. Llegamos con una camioneta compartida hasta la ciudad y fuimos directo a la estación. – El próximo tren sale mañana a la tarde. Nos dicen en la ventanilla. Renuentes a pasar un día entero en un lugar tan desamparado, le pedimos dos tickets. – No, no quedan más para ese. ¿Y para que nos lo dice entonces? Después de un par de horas de discusión, terminamos comprando unos tickets carísimos que no nos garantizaban viajar, si no que nos ponían en lista de espera. Sin saberlo, habíamos llegado a India en medio del gigantesco festival de Kumbh Mela.
En los contados hospedajes que había en las proximidades de la estación no nos quisieron alojar por no tener la habilitación para alojar extranjeros que el estado les requiere. En las habitaciones de la estación no nos quisieron recibir sabrán ellos por qué. Así, nos vimos forzados a pasar los siguientes dos días durmiendo en la estación.
El cansancio acumulado del día nos ganaba y no nos quedó otra que dormir. Acurrucados en los asientos, esperando un tren que tardaría dos días en llegar, con las mochilas abrazadas, con las ratas corriendo por debajo, con miles y miles de personas yendo, viniendo, mirando y, más tarde, compartiendo el techo de la estación para pasar la noche. Sin acceso a una ducha o a un baño limpio (ni hablar de wifi), alimentándonos a base de samosas, pasamos la noche.
Al otro día, luego de tener que correr como locos para cancelar los tickets que habíamos comprado porque no se habían liberado lugares y seguíamos en lista de espera. La mujer que reemplazaba al hombre que nos atendió el día anterior nos consiguió al fin unos pasajes con destino a Amritsar con un lugar asegurado en el tren, aunque para el día siguiente.
El día se hizo interminable y así, acumulando cansancio, transpiración, hambre y unas ganas inmensas de bañarnos, pasamos otra noche más en la estación de trenes de Gorakphur. Definitivamente no es la forma en la que esperábamos empezar nuestro viaje de 3 meses por la India.
Irene de Crónicas de una Argonauta
El trayecto fue difícil desde que salí del ashram de Rishikesh. El conductor del tuktuk acordó un precio que después olvidó y decidió no devolverme el cambio que me correspondía. Luché lo que pude ante la indiferencia de los demás pasajeros y finalmente me rendí para poder abordar a tiempo el autobús que me llevaría a Dharamsala.
Cuando cayó la noche, el motor del autobús decidió fallar y el conductor, viendo que el vehículo no tenía intención de llevarnos a ningún lugar, decidió devolver el dinero a todo el mundo excepto a mí. El problema, según él y la compañía de autobuses, era que yo había pagado el pasaje en la oficina de la estación y eso no me daba derecho a recuperar mi dinero.
Decepcionada, acepté dormir en el pasillo de un autobús destartalado hasta llegar a la estación donde encontraría transporte nocturno hacia Dharamsala. En esa estación, volví a reclamar mi dinero, pero el responsable de la estación, con el aliento apestando a alcohol, me respondió: «Baby, no podemos hacer eso. Lo siento, baby». Cansada y enfadada, le escupí mi frustración exigiéndole que no me llamara baby, pero me resigné a olvidarme del tema y a comprar otro billete para llegar, 10 horas más tarde, a Dharamsala.
Nati de Cuentos de Mochila
¿Qué día elegir? Una vez me robaron todo el dinero. En otra ocasión la policía panameña me quitó las artesanías que vendía (así sostenía mi viaje). Luego me intoxiqué y no pude levantarme dos semanas de la cama. En Cuba enloquecí porque me sentía encerrada en un jaula con acosadores sexuales… (sí, los viajes no son perfectos). Pero el peor día de viaje fue cuando no me dejaron viajar.
Tomé un avión desde Bogotá hacia Ciudad de México. Ya conocía este país pero me faltaba todo por conocer y hacer, incluyendo encontrarme con mi novio para iniciar una travesía hasta Alaska. En migración del aeropuerto me pidieron el pasaporte y el pasaje de salida. Una vez los entregué, sin decirme nada, me llevaron a un cuarto donde un agente me hizo un interrogatorio acerca de mis intensiones en México (tiempo de estadía, tours, etc). Tenía algunos requerimientos pero no todos, como los 20.000 USD que el hombre me pedía demostrar en efectivo (eso era lo que supuestamente debía tener por mi tiempo de estadía. Absurdo).
Tras 20 minutos de tortura guardaron todas mis pertenencias en una bolsa (hasta los cordones de los zapatos) y me encerraron junto a otras personas en una especie de celda. ¡Sin explicaciones! nunca me dijeron porqué ni me explicaron qué estaba pasando. Fue una cubana que estaba allí encerrada hacía 3 días, la que me dijo que había sido inadmitida (igual que ella) y que tenía que esperar a que la aerolínea en la que viajaba me devolviera a mi casa.
Varias horas después estaba de vuelta en Bogotá sin justificaciones ni explicaciones, mi maleta perdida y con una frustración inimaginable.
Paula de Vieja que Viaja
Mi peor día de viaje se convirtió en semanas de viaje. Primero, adquirí los tatuajes de muchos viajeros por el sudeste asiático: ¡Las cicatrices de una caída en moto! En mi primera vez como conductora, justo se me atravesó una vaca, y al ir por carretera destapada y frenar de golpe, se me resbaló el vehículo. Me raspé ambos codos, ambas piernas, y me aparecieron muchos, muchos morados.
Tuve que parar y mientras me curaba, me ofrecieron trabajar en un hostal en Battambang, la ciudad del percance. Durante aquellas semanas que me quedaban de visa, una de las heridas se tornó amarilla. Me tuvieron que raspar la costra en un hospital, lo cual fue supremamente doloroso. Cuando llegó el día de irme, y por tanto, del pago, el “jefe” me dijo que no tenía dinero disponible (pese a que yo llevaba repitiéndole toda la semana la fecha de mi partida). Me prometió enviármelo vía Western Union (cómo no), y hasta el sol de hoy no veo el dinero. Para colmo de males, el hostal estaba plagado de pulgas de cama, por lo que aparte de heridas y estafas, resulté con la piel totalmente roja por aquellos bichos. Una etapa para definitivamente no recordar.
Niki de Viajando Lento
Uno de los peores días de viaje que recuerdo, fue ese en que perdí mi cámara fotográfica en Camboya. Desperté esa mañana distraída y angustiada porque tenía que dejar Koh Rong, la isla de la que me había enamorado. Mi mente se quedaba allá mientras que mi cuerpo se subía a un ferry y luego a un bus camino a Phnom Penh, la capital. Tomé un tuk tuk de mala gana y peleé con el conductor porque prometió llevarme a un hostal decente pero no, nada. Todo mal. Caminé un montón -mochilas al hombro y muerta de hambre- para hallar el famoso lugar barato y limpio que mi nuevo amigo Javier recomendaba.
Cuando al fin tuvimos tiempo de sacar los cachivaches de la mochila y partir al tour del Museo S21 y los Killing Fields, en el apuro me percaté que mi cámara ya no estaba conmigo. Mi mente seguía en Koh Rong y asumí que mi camarita amiga también. Pero no. Nadie la encontró y no apareció ni en el café donde paré por desayuno, ni en la empresa de los buses. Me enojé conmigo misma por pajarona, por llorona y por no haber respaldado los 16GB que llevaba al límite. Perdí cuatro meses de fotos de tres países completos. De verdad me quería morir. Esa noche ahogué mis penas en pizza y garlic-cheese-bread.
Demoré una semana en superarlo: debía quedarme 3 noches en Phnom Penh pero extendí mi estadía a 7, con la esperanza de que la cámara apareciera por ahí (y obvio que no apareció). Un desastre camboyano que nunca olvidaré.
Laura de Laura No Está
A mediados de 2015 hice un viaje en auto por Estados Unidos con mi novio. Salimos desde Las Vegas hasta Seattle y volvimos por la ruta 1 hasta San Diego. A pesar de ser temporada super alta, nunca nos había faltado hospedaje, íbamos con carpa y siempre había algún camping con lugar extra.
Todo cambió un día que estuvimos manejando durante 6 horas para llegar a Portland. Llegamos a la ciudad tipo 19, ya empezaba a anochecer y estábamos de mal humor porque el viaje se había hecho muy largo. Empezamos a buscar camping y estaban todos ocupados, pasamos 3 horas recorriendo todos los campings de los alrededores de la ciudad. Nuestro presupuesto era bajísimo como para pagar un hotel, pero igualmente estaban todos con el cartel de no vacancy.
Terminamos durmiendo adentro del auto en un estacionamiento de un Wallmart. Lo peor es que tuvimos que ir tipo 1am y despertarnos a las 6 para irnos, porque estaba prohibido dormir ahí. Pasé la peor noche de viaje, creyendo todo el tiempo que la policía nos iba a venir a buscar para meternos presos.
Hoy me acuerdo y me rio, pero en ese momento sufrí mucho y no paré de preguntarme todo el tiempo ¿qué mierda hago acá?
Fran de La Vida Nómade
No fue un mal día cualquiera. Venía de trabajar 4 meses a bordo de un crucero y las últimas semanas habían sido complicadas: me habían amenazado de muerte y una colega se había suicidado. Estaba agotada emocionalmente. Me bajé en Puerto Vallarta. Mi vuelo a Chile hacía escala en Ciudad de México, pero decidí perder la conexión, pasar unos días en el DF, tomar muchos baños de tina y decidir qué hacer. Necesitaba viajar a algún lugar para relajarme.
Pedí un taxi y me llevó al hotel que había reservado desde Vallarta. Resultó que en vez de reservar por esa noche y la siguiente ¡había reservado para la noche siguiente y la subsiguiente! El reloj marcaba las 3 am y me quería matar. Llevaba 3 días sin dormir, no podía pensar con claridad y estaba extremadamente cansada y triste.
Más encima, un señor cincuentón, muy amable pero algo borracho, empezó a hablarme sin parar sobre lo hospitalarios que eran los mexicanos. El recepcionista me consiguió una habitación en un hostal cercano. Me llamó otro taxi, y como yo sólo tenía dólares, me prestó 150 pesos mexicanos que le devolví al día siguiente. Me quedé 3 o 4 días y luego compré un pasaje a Tailandia y me quedé dando vueltas por Asia 3 meses.
24 comentarios
Wow., en realidad que cada viaje se nos presenta con su mejor cara y hasta vienen con una antesala de película, pero bien sabemos que por experiencia que todo TODO no es como se nos vende. Es por eso que nos aventuramos en busca de nuestra propia versión y confiando siempre en que en nuestro pasar dejamos una estela que nos retribulle en esencia misma nuestras buenas y malas experiencias.
TACHIRA, VENEZUELA.
que lindo tu comentario! gracias 🙂
puras lloronas XD
Ciertamente no todo es color de rosa pero al final es parte de la experiencia y esos amargos trozos de viaje hacen las historias más interesantes 🙂
Eso es cierto! Gracias! 🙂
Yo recorrí Latinoamérica por 2 años y tengo dias, noches y momentos particulares para el olvido. Una noche en Mancora me picaron tantos mosquitos, durante tanto tiempo seguido que se me escaparon algunas lagrimas y lloré como NENA CHIQUITA. De la impotencia y la bronca. En Montañita me tocó vender empanadas de madrugada hasta las 7am a una plaga de Walking Deads o dicho de otra manera, gente saliendo de los boliches durante toda la noche. Pasar 2 o 3 días a Té y galletitas, dormir en una frontera. ETC. Pero días de mierda, vas a tener en Egipto, Colombia y en el baño de tu casa. El nomadismo es la nueva revolución cultural y espiritual, tal vez la útima. NO DEJEN DE VIAJAR!
jajaja me hiciste reir con tus situaciones de mierda… la de los mosquitos es horrible, yo me tapo toda menos la cara y me pican en la frente! jajaja Y claro que no dejaremos de viajar 🙂
Me encanto el articulo!
Como mochilero me queda claro que no todo es como aveces lo ven desde fuera nuestros amigos y familiares, no es todo felicidad. Sin embargo son esos momentos los que nos hacen, crecer, aprender, valorar y madurar. Me encanto leer este post por que me hizo recordar algunas malas pasadas que me han tocado ami durante mis viajes por Mexico.
Felices rutas viajeros.
Claro era la idea de los relatos. Gracias por tu comentario! Un abrazo!
jaj terribles historias! de todas formas (y no quiero que parezca una critica porque no lo es) veo que la gran mayoria son historias de gente que no planeo muchas cosas, ir a preguntar a un lugar donde quedarse? en serio? para algo existe booking, tripadvisor, google, nomadlist, travelfish jaj hay tantas formas de no caer en cualquier lugar. En fin. Buenas historias para aprender 🙂
Hola Camilo! Somos todos viajeros experimentados los que nos pasaron estas cosas, y fueron casos excepcionales, obviamente conocemos esas plataformas. De todos modos hay veces que los planes se improvisan porque ahí está la aventura y es cuando pueden suceder estas cosas. Y como vos decís son historias para aprender… osea yo me tomé el tren sin el boleto adecuado y por eso me pasó lo que me pasó… y ya veníamos viajando dos meses en los trenes indios sin problemas jajaja
Abrazos!
Qué buen post ! En realidad que malo ! Mis peores historias de viaje, hasta el momento, no se comparan con lo que leí. Una mala fue el viaje en bus entre Moscú y Kazan el año pasado. Casi 15 horas de viaje en un bus sin aire acondicionado, sin baño, sin cinturón de seguridad y en el que el respaldo de mi asiento estaba quebrado, literal. Sin contar el estado de la carretera. El chofer prefería ir por el costado, por la tierra, en vez de la calle. Tenía tantos hoyos que parecía que habían caído meteoritos. Desastroso. Todo esto en ruso, claro, sin poder entender nada.
Creo que pronto escribiré algo de esas historias, del «Lado B» del viaje.
Saludos !!
jajajaj gracias por tu aporte! Hay viajes en bus que son para el olvido!!! jajaj
Cuando CouchSurfing sale MAL…
Año 2013. Viaje en bici de 5000km por los balcanes.Pedaleando por Grecia.
Islas paradisiacas, caminos de tierra solitarios, granjas en donde me alojan con la mejor onda… y luego llego a Atenas, que es un caos.
No hay lugar ni para andar en bici, la gente mala onda, carisimo… y ya de las ruinas estaba harto.
Decido dejar a mi host antes de tiempo, y acepto una solicitud para llegar a una playa, 100km despues.
Por una cuestion de apuro, no llego a ponerme de acuerdo en donde es la direccion exacta del lugar (siempre chequeo eso de antemano, por una cuestion de comodidad y seguridad).
La ruta (que yo pensaba que era tranqui por ir cerca de la playa), tiene muchos desniveles, y hace mucho calor. El viento en contra me hace el viaje miserable, a pesar de que el paisaje es hermoso.
Llego al punto de encuentro… en un bar. La señora ya mayor que me va a alojar, casi sin saludarme, me acompaña hasta la casa (ella me habia dicho que era sobre la playa, pero estaba a tres cuadras para adentro).
Llego al departamento, y me dice «deja la bici en el sotano». No me gusta la idea, pero no tenia otra opcion. En el departamento, si bien en el perfil de CS decia que «vivia sola», habia dos flacos enormes, hablando un idioma rarisimo, comiendo algo y tomando unas cervezas.
Casi sin mirarme, siguen con lo suyo, sin convidarme ni un vaso de agua.
La situacion era incomoda, no podiamos comunicarnos, y no habia mucha onda. Yo estaba cansadisimo, y me queria ir…. pero ahi empece a pensar… y si esta gente se enoja? mi bici esta en el sotano… me pueden dejar sin nada…. Pido la clave de internet… (quiero que sepan que estoy comunicandome con alguien)… pero no me la dan. Me ofrecen algo para tomar (finalmente!!!), pero tengo miedo que me droguen o algo… pero bue.. igual tomo. Y ahi, vino la gota que rebalso el vaso, cuando la señora me dice «si ves a alguien en el edificio, no les digas que sos de CS, deciles que estas alquilando una habitacion». Bue, ya fue… que onda? estoy re incomodo, no se ni donde voy a dormir, mi bici esta regalada… me quiero iiiir!!! Nunca habia sentido algo asi… esa sensacion de que todo va a salir mal.
Le digo a la señora que tengo que bajar a la bici, porque tengo unos regalitos para darle… bajo, y a toda velocidad salgo a la ruta… le meto unos km, y me refugio en un edificio abandonado.
De ahi… puedo ver si alguien viene. Espero una horita (ya se habran dado cuenta de que me fui sin explicaciones)… y si me estan buscando? y si fueron a la policia y me hicieron una denuncia falsa por robo? y si me encuentraan?????? Ya estoy delirando… mas de 100 km de insolacion, sed y hambre me estan comiendo la cabeza. Cada vehiculo que para cerca del edificio… pienso que son ellos.
De repente, dos flacos gigantes bajan de una moto… son ellos??? bue… dejo la bici de regalo, subo unos pisos con mis cosas de valor, y pienso que puedo seguir el viaje a pata, pero no muerto. Esta vez… sali perdiendo.
Pero no… no eran… pero esto no da para mas. Son las 3 de la mañana, y estoy destruido. Con los nervios pelados, subo a la bici, y le doy por la ruta.. 10km mas.. 20… no se. Llego a un hotel, pero es carisimo. 10 km mas. Llego a otro, pero es mucho mas caro. Son las 4 o 5 de la mañana… y el dueño se da cuenta de que algo paso.
«Estas bien?»
«Mas o menos».. digo yo… tuve una mala experiencia con unas personas que me iban a alojar… y aca estoy.»
«Ahhh, estas haciendo algo como CouchSurfing;»
«Exacto!»
«Mira, este hotel tiene habitaciones desde 60 euros la noche, cual es tu presupuesto para alojamiento?»
«15 dolares», digo yo…con verguenza de decir exactamente la verdad…
«15 dolares por noche?»
«no… gaste 15 dolares en alojamiento en todo el viaje… sali de Estambul hace casi un mes…»
«Bueno, no te hagas problema, te parece que te cobre 10 euros, para quedarte aca? Estamos con unos rusos, catando unos vinos, y yo habia preparado comida que ya no vamos a comer, lo que paso, paso, no te preocupes por mas nada, desde ahora, sos mi huesped. Vamos con los rusos, que les va a gustar mucho tu historia».
Al otro dia, sali con la bici temprano, confiando nuevamente en la humanidad.
El viento habia parado, ya no habian tantas pendientes, el paisaje… paradisiaco… y volando por la ruta… en el medio de la nada… encuentro un billete de 10 euros.
No estaba predestinado que yo pagara esa noche en alojamiento parece….
Jeje.. buena historia
UUUfff tu historia me atrapó completamente… para irte así de noche, con tanto cansancio, realmente te habrás sentido en peligro. Que mala onda!
Gracias por compartirla!
Bueno. Fue un mal viaje. Pero es india, me viene a la cabeza un «que esperaban?» Yo he tenidp trayectos malos en China pero no tanto. Les dejo una historia para esta entrada que me pasó en vietnam: http://acolombiantraveler.com/short-story-bad-vietnam/
Gracias. Un par de historias fueron en India pero el resto fueron en diversos lugares, hasta en EEUU. De todos modos viajé por India tres meses y esta fue la unica mala experiencia mía… no hay nada tan terrible en India… todo lo contrario 🙂
En india esa fue mi única mala experiencia… y todos los que compartimos anécdotas malas de india, disfrutamos muchísimo del país. Yo de India siempre uso una metáfora: «esperaba ver ratas por todos lados y en cambio vi muchísimas ardillitas hermosas» y una sola rata pasar un segundo bastante lejos.
Sus propias ideas tienden a ser increíbles. Con frecuencia estudiamos su sitio y es muy útil.
WOW! Qué buenas historias.
Mi experiencia es que, las aventuras que te ponen al límite y te hacen sufrir en el momento, son las que más te hacen crecer y las que recuerdas con más cariño cuando pasa el tiempo.
Puestos, os dejo dos momentos extremos que viví en mi viaje alrededor del mundo.
http://nongogoahanzangoa.com/emergencia-y-travesia-de-noche-por-el-himalaya/
http://nongogoahanzangoa.com/los-mayores-retos-surgen-cuando-menos-te-lo-esperas/
Un abrazo viajero 😉
Muchas gracias!!! ya las leeré 🙂
Me encanto todo el relato
Muchas gracias!!!